Dr. José Félix Sastre: “La ventana”

El Dr.  José Félix Sastre García, médico de Atención Primaria Rural en Talavera de la Reina, Vocal de AP Rural del COMT y Coordinador del Grupo Docente de la Vocalía AP Rural del CGCOM, cuenta en este artículo de opinión para el Blog de AP25, como es su día a día en la consulta

Están encendidas las farolas. Su luz, junto con la del inminente nuevo día, generan sombras amables, verdes oscuros y figuras de troncos y ramas casi acogedoras.

Se inicia el nuevo día en el pueblo, o en la comunidad, como algunos les gusta decir. Ver por la ventana me anima mucho, parte del mundo al que quiero servir, del que tengo que conocer y saber, en mi consulta, entre mis 4 paredes, que a veces son alegres, pero muchas otras veces se impregnan de tristezas, de soledades, de desencuentros…
Y empieza mi trabajo y mi misión, la que mi orgullo, quizás soberbia, me dicta, que es generar salud, desde mi consulta, desde los recursos que tengo y a los que accedo con mi clave de firma en el ordenador…que está dentro de las cuatro paredes de la habitación, de mi consulta, o mejor decir, de la consulta de todos, del pueblo.
El principio es más fácil. Acuden personas con problemas y riesgos biológicos en los que el seguimiento de “parámetros” y efectos de medicación pretenden evitar que aparezca enfermedad o, en muchas ocasiones, que la enfermedad progrese. Protocolos, criterios, ciencia biomédica aplicada. Por la ventana empieza a aparecer luz, naranjas y azules, verdes más claros. Además, se oye inicio de vida, voces infantiles, y no tan infantiles, el ruido de coches y furgonetas de reparto. En cambio, ya no se oyen tanto a los pájaros.
La lista en el ordenador se amplía, a veces aparece ya la primera solicitud de visita a domicilio, comienzan a venir personas que están sufriendo algún proceso, en las que vigilamos su evolución o realizamos alguna maniobra “compleja” que precisa de más tiempo. Estoy más concentrado y dejo de mirar por la ventana, mi mundo se reduce a cuatro paredes y los sonidos del teléfono, de la sala de espera y los comentarios y aportaciones de mi compañera enfermera que, es verdad, es lo único que rompe esa “homogeneidad”, ¿“confortable”?
Empieza la consulta de verdad, la demanda, las urgencias, más llamadas de teléfono, más interrupciones. Al mismo tiempo entra por la ventana luz, la mañana ya en su esplendor, ruidos de vida. En un momento de cansancio breve, entre consulta y consulta, me levanto y abro la ventana, y miro, y veo, fuera de mis cuatro paredes, el pueblo, su vida, en el parque, los críos en el recreo, el andar rápido de mujeres y hombres enfrascados en su vida, sillas de ruedas con alguna anciana con mirada perdida, empujada por su cuidadora, que conozco, ecuatoriana con 4 hijos que alimentar y un marido, una familia al otro lado del Atlántico.
Siguen viniendo pacientes con problemas de salud, de mayor y menor intensidad, de mayor y menor complejidad. Algunos de esos problemas se resuelven en ese momento. Otros se citan en unos días con tratamiento, pastillas y alguna recomendación. También a algunos se le piden “pruebas”, para comprobar si ocurre o no algo, para tomar alguna decisión, orientar la recomendación. Algunos se derivan a otras especialidades médicas, o a enfermería, o Fisioterapia, o a la Asistente Social o … ¿no hay nada más?. Me levanto otra vez, miro por la ventana. Ya no está la abuela de la silla de ruedas. En cambio, está un señor muy mayor haciendo gimnasia y una mujer joven atraviesa corriendo, en ropa de deporte, el parque. Están podando los jardineros. Veo a gente tomando el bocadillo…Fuera, desde mi ventana, veo el mundo…¿O veo otro mundo?
Y siguen viniendo pacientes, con demandas, algunas nuevas, muchas las de siempre, algunas con solución, otras…¿sin solución?. Otro aviso a domicilio, suena más veces el teléfono, me escucho diciendo que yo no puedo hacer más, que las pastillas no son la solución y levanto la cabeza, mirando a la ventana, como buscando que entre desde allí fuera la solución, desde el mundo paralelo en el que aparentemente todo va bien y no existe enfermedad.
Tomo Café, en la propia consulta, mientras hago informes y recetas, a veces mientras consulto informes del hospital, a veces mientras resuelvo alguna consulta telefónica. Me levanto, vuelvo a mirar por la ventana. El parque esta precioso. Lleno de vida, me parece que vuelvo a oír a los pájaros, que aprovechan que hay menos personas y que ya no están los jardineros. Más allá del parque veo casas, olivos, la sierra del santo, las antenas y la ermita en todo lo alto. Tengo que sacar la cabeza para ver más…Vuelvo a mi silla, a mi ordenador y a mis cuatro paredes…¿de verdad genero salud?, ¿de verdad ayudo a vivir mejor? Me apetece mucho ir al parque, o pasear por el pueblo, o subir a la ermita, o hablar de…de lo mío, del enfermar, del evitar enfermar, y de como estar sano (¿qué es estar sano?), pero en la calle, tomando café, montando en bici, incluso corriendo…
Ni 10 minutos, y vuelve la consulta de demanda libre, con sensación de resolver poco, evitar algo, acompañar y escuchar alguna vez y de ver “sólo” las gargantas, los oídos, los reflejos pupilares, electrocardiogramas, imágenes en blanco y negro de radiografías, pies, algunos deformados, callos, heridas, espaldas…¿vidas?
Y levanto la vista, que vuelve a la ventana. La vida luce, suena y entra desde allí, desde la ventana, desde fuera de mis cuatro paredes, sin poder llegar al ordenador ni a su pantalla llena de letras y números, imágenes informáticas.
Y es que es en la ventana, o a través de ella, que veo el parque, el pueblo, las personas, sus vidas, sus no vidas. Es fuera de mis cuatro paredes donde empiezan las enfermedades, donde están las causas, donde las personas sufren y sienten, se juntan o están solas, se abrazan o se pelean, se encuentran o se ven marginadas.
Es en el pueblo, y no en mis cuatros paredes, en las letras del ordenador, en sus números y en sus imágenes, donde está la vida y la salud, la enfermedad, la limitación y las dependencias, el sufrimiento y la tristeza.
Y en la consulta, entre mis cuatro paredes sólo se ve, y a menudo sólo se puede paliar y abordar, la punta del Iceberg, las sombras de la caverna, la imagen, la cifra de tensión o de azúcar, la fiebre, el dolor o el ahogo o cualquier otros síntoma o emoción o sentir que empezó fuera y continuara fuera de las cuatro paredes…en el pueblo, en la comunidad.
Entonces, al salir otro paciente, vuelvo a mirar a la ventana, sabiendo que es la hora de salir a hacer los avisos, a “correr calles” haciendo las visitas, de salir de mis cuatro paredes e ir…a la vida real, donde todo empieza y todo sigue, y donde todo, parece, esta mejor…por lo menos es lo que veo a través de mi ventana.
Al salir del Centro de Salud veo el museo del aceite, más allá la Casa de la Cultura, con su Biblioteca, grupos de lectura… Subo hacia la carretera, arbolada, con grandes aceras que atraviesa el pueblo, en cuyo extremo está el Instituto abajo y el pabellón de deportes y en el otro extremo el campo de futbol. Multitud de caminos salen de dicha carretera, hacia caminos y parajes que recorren todos los días runners y ciclistas, muchos de estos últimos del club de ciclismo del pueblo. Me meto en la calle del primer aviso tras atravesar 2 placitas. Detrás el ayuntamiento. He pasado por 1 bar, el Hogar del jubilado y una panadería.
Llego al domicilio. Allí, su vecino, le ha traído la compra y está esperando para saber que ir a buscar a la farmacia.
Termino la visita, después de ver su casa, donde existen un par de alfombras, que recomiendo que las quiten para evitar resbalones, caídas y accidentes, y llamar a su familia para darles explicaciones. Su cuidadora formal, por la tarde, se acercará para ver como está y yo dejaré aviso a las compañeras de Atención Continuada.
Me dirijo al otro aviso, pasando al lado del local de la Cruz Roja. Tuvimos, durante la pandemia, una coordinación excepcional con ellos y con el Ayuntamiento, para facilitar alimentos y cualquier otra cosa necesaria a los pacientes que debían estar en Cuarentena o en Aislamiento. Me cruzo con otras 2 Cuidadoras formales que contrata el ayuntamiento. Me paran. Quieren contarme el problema de una familia en la que él, con demencia, se agita por las noches y no la deja dormir a ella, que está muy nerviosa. Queda apuntado en mi lista de tareas.
En el segundo aviso está su familia, también esperándome. Han conseguido controlar el dolor con lo recomendado en otras ocasiones. Repaso medicación, nos paramos a hablar de alimentación y de que el paciente debe moverse más. No encuentran quien pueda sacarle de paseo.
Al volver a la consulta y sentarme para hacer, en el ordenador, el registro de “lo vivido” y las recetas, de parte de lo recomendado, veo en el tablón de anuncios 2 hojas con todas las asociaciones, grupos de música y teatro, clubs deportivos y otros grupos que están funcionando en el pueblo.
Me levanto y vuelvo a la Ventana.
Miro, y pienso.
En la consulta, las demandas, y las quejas, son parte de las enfermedades, limitaciones y dependencias, sufrimientos y, sobre todo, de las vidas de las personas, de sus familias y de las comunidades. Gran parte está fuera de nuestras cuatro paredes, gran parte sucede, se inicia y a menudo se resuelve, fuera de las pantallas de nuestros ordenadores.
Los conocimientos previos, la cultura, las costumbres, las tradiciones, las dinámicas y habilidades familiares determinan mucho de lo que ocurre, de las historias importantes que no están en nuestro ordenador, ni podemos ver desde la ventana.
Las relaciones entre las personas, las vidas de las calles, de las plazas, de los pueblos, esas interacciones, redes y alianzas, a veces de apoyo, a veces no, la falta de socialización de muchos, y la soledad de algunos son causa de muchas causas de infelicidades, de sufrimientos, de enfermedades. Pero, y mucho más a menudo, son el mejor modo de evitar los males arriba descritos, de resolverse, y de la manera más natural, y más humana, posible.
Las vidas, y en concreto las verdaderas necesidades, y las maneras de mejorar como personas, familias y comunidades están, en gran medida, fuera de los Centros de Salud. Es imprescindible la alianza entre Ayuntamientos, instituciones, colegios e institutos, farmacias, asociaciones, servicios sociales, servicios sanitarios…
Respiro hondo y aliviado porque, aunque se abren nuevas tareas y trabajos, coordinarnos como pueblo, integrar nuestras visiones diferentes de una realidad cambiante, y que necesita de un trabajo colectivo, se abre también otras maneras de cuidarnos, entre todos, que no sean pastillas, pruebas diagnósticas o derivaciones a especialistas, a veces casi mágicos, con tecnologías punteras que todo lo resuelven o…como ya sabemos, resuelven todo lo que se puede resolver, que no es todo, porque la vida es mucho más, la vida está fuera de hospitales y de los Centros de salud.
Sonrío, mi impotencia desaparece en gran medida, y aparece la ilusión del descubrimiento de una nueva manera de trabajar.
A trabajar!