¿Cómo explicar el estado vivencial latente “latens” de la profesión médica en nuestro país?
Los doctores Luis Ángel Oteo Ochoa, profesor Emérito de la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud, Juan José Rodríguez Sendín, expresidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos y Fernando Lamata, presidente de honor de la Asociación por el Acceso Justo al Medicamento se hacen esta pregunta en este nuevo artículo de opinión enmarcado en una ronda de trabajos que están publicando conjuntamente
Es mucho lo escrito en las últimas décadas sobre la profesión médica, la relación médico-paciente y el propio concepto sociológico de profesionalismo desde una vertiente de buena práctica clínico-asistencial, humanística y social; algunos de los compañeros, que como nosotros pertenecen a la generación baby boomers, y que nos acompañaron y aportaron credenciales y dignidad a nuestra profesión, ya no están con nosotros, pero nos dejaron una huella imborrable en su trayectoria de compromiso para dotar de identidad y significado trascendente el “ser médico”.
Más allá de la propia historia de la medicina y de su impronta humanística y ética a lo largo de los siglos en civilizaciones y sociedades tan diversas y cambiantes, también hoy nos hacemos preguntas abiertas sobre nuestra misión, identidad, filosofía -axiología-, ideario, presencia, lógica y función -praxis-, en la sociedad de nuestro tiempo (una era de transformaciones radicales y sin precedentes impredecibles en su evolución, y que ya hemos revisado en otras aportaciones), tratando de sostener nuestro primigenio sentimiento de protección equitativa de la salud, justicia social, inviolabilidad de la vida y humanismo moral.
Pero también tenemos conciencia, hoy más que nunca, de los riesgos evidentes para nuestra profesión, que determinados “pilares de sustentación” del tablero identitario deontológico, antropológico, ético y social, puedan sufrir una erosión o desgaste como consecuencia de los cambios señalados, que no sólo afectan de forma sistémica y multipolar a la esfera de la vida política, económica, gubernamental, tecnológica, jurisprudencial -derechos humanos- y cívica, sino al propio modelo de sociedad y de convivencia plural y pluralista.
Es razón por la que instituciones de referencia como la American Board of Medical Specialties, el Royal College of Physicians y Órganos de Representación Colegial de todos los países socialmente avanzados, vienen contribuyendo a reforzar determinados imperativos virtuosos vinculados a la conducta moral implícita e integridad en el ejercicio de la práctica médica y del cumplimiento de la responsabilidad social que conlleva la misma, tratando de dignificar en última instancia la vertiente humanística y bioética de nuestra profesión.
Con mayor proximidad a nuestro ámbito nacional, iniciativas promovidas desde el Foro de la Profesión Médica de España, como la “relación médico paciente” para su reconocimiento como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, o también la “carta de identidad y principios de la profesión médica latino-iberoamericana”, promovida por la Organización Médica Colegial de España (OMC) y la Confederación Médica Latino-Iberoamericana y del Caribe de Organizaciones Médicas (CONFEMEL), presentada en audiencia privada al Papa Francisco el pasado 9 de junio de 2016, vienen señalando el camino y el necesario discernimiento para no perder o equivocar la senda de nuestras propias credenciales profesionales y sociales.
Expresiones y mensajes del propio Papa Francisco, tales como “la compasión es el alma misma de la medicina que se hace caricia de salud”, o “pongan más corazón en esas manos para consolar el sufrimiento, la fragilidad o el desvalimiento”, evitan cualquier riesgo de distracción de la verdadera esencia y trascendencia de la medicina en nuestro tiempo, y no están reñidas con ninguna creencia o ideología, más bien al contrario, fortalecen la universalidad del derecho inalienable a la salud , la equidad y grandeza de ser portadores de esta misión de servicio a la humanidad. En razón a ello, es por lo que la comunidad y la sociedad en general, nos otorga un alto nivel de reconocimiento y aprecio social.
Llegados a este punto, es razonable que algunos lectores de este artículo, preferentemente médicos, consideren que esta filosofía de valores de nuestro profesionalismo es parte consustancial con el “ser médico”(Oteo LA. “Ser médico”. http://www.medicosypacientes.com). Sin duda, estos ideales y atributos que nos otorgan legitimidad ante nosotros mismos y la propia sociedad, conforman la piedra angular por la que somos reconocibles y reconocidos en una cultura propiamente deontológica y humanista, con capacidad de resiliencia en todas nuestras actuaciones de servicio asistencial.
Siendo esto verdad, también lo es el hecho de que como consecuencia de las grandes transformaciones globales que afectan a todas las dimensiones de la condición humana, incluyendo nuestra propia escala o jerarquía de valores, nuevas corrientes de pensamiento biomédico con plena legitimidad, tienen también hoy -y de forma creciente- presencia en nuestra realidad sanitaria, y que podemos interpretar incluso como un cambio intrínseco de paradigma en el “ser médico” propulsado por la medicina científica y tecnológica intrínsecamente racionalista, mecanicista y utilitarista.
Es fácilmente observable él como las cuatro generaciones de médicos que convergen y conviven en el mundo sanitario de hoy ( los baby boomers, nacidos entre 1946 y 1964; la generación X, entre 1965 y 1979; la generación Y (mileniales), entre 1980 y 1993; y la generación Z (centeniales) desde 1994…….), con determinantes culturales y sociales claramente diferenciados, toman decisiones -y ninguna de ellas está libre de valores- con plena legitimidad en su ámbito profesional asistencial sustentadas en una estructura motivacional muy particularizada y singular, acorde con el perfil generacional señalado.
Como muestra un ”botón” de esta nueva realidad. Hoy, los egresados con la Licenciatura de Medicina que optan por la especialización (MIR), se inclinan preferentemente por especialidades como la dermatología y la cirugía plástica, estética y reparadora, frente a otras especialidades médicas o médico-quirúrgicas que fueron vanguardia electiva varias décadas atrás.
Nada que objetar, ni juicio de valor que hacer, porque toda la gama de especialización biomédica tiene la misma grandeza, tanto desde la perspectiva deontológica como científica, pero es evidente que ésta predilección selectiva, tiene probablemente una significación explicativa deorigen sociológico, cultural y axiológico, más allá de una interpretación ordinaria, que vincula esta tendencia exclusivamente a futuribles incentivos monetarios en concordancia con los propios cambios sociales y culturales de nuestra época.
Sin duda, también son objeto de análisis desde la perspectiva del profesionalismo, determinadas desviacionesobservables en el perfil y atributos propiamente vocacionales de la profesión médica, que se singularizan sociológicamente en términos tales como “médicos comerciales”, “tecnólogos de la medicina”, “gestores científicos”, e incluso, se significa una cierta constatación de preponderancia en el ejercicio médico a través de estilos de práctica más hedonistas y utilitaristas.
Incluso, se plantea -no debemos ocultarlo- si realmente perviven “modelos clasistas” dentro de nuestra propia profesión, que determinarían una segmentación, categorización yjerarquías internas dentro de los propios servicios e instituciones sanitarias, más allá de los diferentes niveles de responsabilidad legítimos exigibles en cualquier organización moderna.
No es fácil unificar y compartir intereses tan diferenciados, todos ellos legítimos sin duda, en un momento en donde la profesión médica necesita unidad de principios y de acción para ser reconocida como un interlocutor agencial competente y confiable, tanto en el ámbito público como privado, para así articular iniciativas y propuestas que contribuyan por una parte a fortalecer las instituciones comunes que dejaremos a las próximas generaciones, y por otra, a legitimar el valor del profesionalismo médico como un referente ético, cultural, científico y social.
Los riesgos de aturdimiento personal y profesional no están lejos de las “terapias de escucha” observables en nuestros colegas, extenuados en el quehacer diario del ciclo pandémico, desatendidos y desmotivados, cuando no bien tratados ni reconocidos por quien debiera hacerlo, que han impulsado una inquietante tendencia -nada infrecuente por cierto- bien a “tirar la toalla” en el argot coloquial -ya lo han hecho algunos- o a expresar, en un lenguaje vulgar e impropio, el “sálvese quien pueda”. Esta insatisfactoria vivencia es también compartida por otras profesiones sanitarias muy vinculadas a la asistencia directa.
Nada de esta realidad discernible es ajena a la decadencia motivacional (término ampliamente tratado en otros textos) vivida y sentida por la profesión médica en las últimas décadas, acentuada por las crisis económicas y la más reciente pandémica, lo que ha llevado a no pocos al desapego, desafección, distanciamiento y en determinados casos al escapismo de un sistema sanitario público que carece de mecanismos e instrumentos para custodiar y fidelizar el talento y promover trayectorias y rutas regladas de desarrollo y promoción profesional legítimas (transparentes, objetivas, participadas, compensadas y científicamente validadas), más allá de las denominadas eufemísticamente “carreras profesionales” de corte más bien “canoso” y burocrático, hoy totalmente desacreditadas.
El sindicalismo -de todo espectro- en el sector sanitario, legítimamente constituido, tampoco ha contribuido, a crear un sistema legítimo de reconocimiento y crecimiento profesional ética, laboral y socialmente consistente, como sí lo han conseguido en otros países de nuestro entorno. El modelo promocional de “talla única”, además de injusto, es pura “arqueología” en organizaciones basadas en el conocimiento, emprendimiento e innovación, como es el sector sanitario, una vez que hoy disponemos de herramientas objetivas y estandarizadas para evaluar competencias profesionales y resultados –outcomes– en términos de calidad y eficiencia.
En “román paladino”, una organización que trata lo desigual (competencias, resultados, fidelidad, disponibilidad, participación, compromiso, …..) de forma igual (talla única), sucumbe, y los miembros que la componen buscan los resquicios -que los hay- para reposicionarse. Es la patología organizativa y profesional más difícilmente tratable.
Si a ello le añadimos la depauperación salarial persistente (que en algunos colectivos médicos vulnerables – contratados, MIR- podríamos calificarla de “hambruna” retributiva), cuyas razones bajo criterios de distribución de rentas analizaremos en su momento, en un entorno de trabajo presurizado y de complejidad creciente, no es difícil de explicar -y no sólo como único factor causal-, bien la deserción o abandono (mejor emancipación) del sistema sanitario público que se viene observando o la compatibilidad legítima con el ejercicio privado. Es la “tormenta perfecta” para los que dudan de la viabilidad del SNS o simplemente no asumen el compromiso de poder transferirlo en términos de sostenibilidad social y solvencia a las próximas generaciones, propulsando cambios hacia un modelo sanitario de mercado de corte neoliberal.
En esta situación de incertidumbre, atravesar el “Pórtico de la Gloria” tiene sin duda ventajas para quienes legítimamente compatibilizan actividades sanitarias públicas y privadas, por una parte, las obvias para mejorar sus propias rentas del trabajo, pero por otra, nada insignificante, el hecho sociológico creciente de distintivo reconocimiento -en clave reputacional- que se otorga a este colectivo.
Por último, hay otro perfil de profesional médico, éste sí inquieta, que ha decidido entreverada y sutilmente “cruzar el rubicón”, eso sí, manteniendo su estatus orgánico en el sector sanitario público. Dejarse abducir deliberadamente y “de puntillas” por los grupos económicos lobbistas que operan en el sector sanitario, (todos sabemos de qué hablamos), y convertirse en un agente -bipolar- en red a su servicio (los mecanismos de conectividad en el -lado oscuro- del sistema son múltiples y también bien conocidos), a buen seguro que mejora el estado del bienestar de quienes han decidido avanzar por esa senda, pero a nadie se le oculta que la misma añade -baches y riesgos- a la base reputacional del “ser médico”, incluyendo a la dignidad social del propio sistema.
Las prácticas de esa colaboración agencial particular, asociativa o sistémica, deben hacerse bajo criterios de buen gobierno profesional (transparencia, rendición de cuentas, integridad, participación incluyente y leadership ejemplarizante).
Salir del estado de latencia para reforzar el profesionalismo médico, sigue siendo la columna vertebral de nuestra identidad ante nosotros mismos y la propia sociedad. Seguramente, la superación de este desafío para el conjunto del SNS, precisa de la reflexión y cooperación de todas las organizaciones profesionales, sindicales y científicas del ámbito médico, para impulsar una estrategia compartida y revitalizar nuestro patrimonio sanitario colectivo.
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